miércoles, 7 de agosto de 2013

¿Para qué razonamos?

La función primaria de la capacidad de razonar de los seres humanos es producir y evaluar argumentos en la comunicación (y no)… mejorar nuestras habilidades cognitivas o de decisión

Inferencia … es la producción de nuevas representaciones mentales sobre la base de las representaciones previas. Ejemplos de inferencias son la producción de nuevas creencias sobre la base de las creencias anteriores, la producción de expectativas sobre la base de la percepción, o la producción de planes sobre la base de las preferencias y creencias. Así entendida, la inferencia no tiene por qué ser deliberada o consciente. Realizamos inferencias, no sólo en el pensamiento conceptual, sino también en la percepción y en los controles motores. Es un ingrediente básico de cualquier sistema cognitivo.

El razonamiento, como se entiende comúnmente, se refiere a un forma muy especial de inferencia a nivel conceptual, donde no sólo se produce una nueva representación mental (o conclusión) conscientemente, sino que también las representaciones que se han hecho previamente (o premisas) y que son un presupuesto de la conclusión, son conscientes. Las premisas proporcionan razones para aceptar la conclusión… Lo que caracteriza el razonamiento en sentido estricto es, precisamente, que el carácter consciente alcanza no solo a la conclusión sino al argumento que justifica que aceptemos esa conclusión… es un error común… confundir los pasos causal y temporalmente relacionados de una inferencia con los pasos relacionados lógicamente de un argumento
El famoso argumento “Cogito ergo sum” de Descartes (Pienso, luego existo) ilustra la manera en que un argumento puede ser el resultado de una inferencia intuitiva. La mayoría de la gente cree intuitivamente que existe y no busca razones para justificar esta creencia. Pero si uno examina esas razones - es decir, en caso de que alguien reflexione sobre la idea de la propia existencia –, el argumento de Descartes probablemente le convencerá: Es intuitivamente evidente que el hecho de que usted esté pensando es una razón suficiente aceptar que usted existe, o, en otros términos, que sería incoherente afirmar "yo pienso" y negar "Yo existo" …
… todos los argumentos, en último término, están basados en juicios intuitivos según los cuales, dadas unas conclusiones, éstas han de desprenderse de unas premisas dadas. Es decir, … los argumentos no son el producto de un mecanismo del sistema 2 para el razonamiento explícito… al contrario, los argumentos son producto de un mecanismo de inferencia intuitiva...
Por ejemplo, los pies nos permiten desarrollar tanto la función de andar como la de correr, pero la estructura de su planta está mejor adaptada para caminar que para correr, lo que es un fuerte indicio de que caminar es su función principal (Cunningham et al. 2010). En el mismo sentido, no queremos decir que nuestra capacidad de razonamiento no tenga varios efectos ventajosos y que todos ellos hayan contribuido a su selección como una importante capacidad de la mente humana. Lo que sostenemos es que razonar está especialmente adaptado para su papel en la argumentación, que debe ser vista, por lo tanto, como su función principal… La función primaria del razonamiento es producir y evaluar argumentos en la comunicación (y no)… mejorar nuestras habilidades cognitivas o de decisión
Tal cosa se ha sostenido por muchos (por ejemplo Kahneman 2003), es decir, que el sistema 2 al mejorar el funcionamiento de nuestro proceso de razonamiento, corrige los errores que se producen en las intuiciones del sistema 1. Sin embargo, razonar es una fuente potencial de nuevos errores. Aún más, hay bastantes indicios de que cuando razonamos sobre las conclusiones que hemos alcanzado mediante una inferencia intuitiva, tendemos, más bien, a racionalizar las conclusiones y no a corregirlas (Evans & Wason 1976).
Los seres humanos empezaron a razonar en el marco de la comunicación con otros seres humanos… como una forma de hacer más fiable la comunicación y, con ello, más productiva
Para que la comunicación sea estable, tiene que beneficiar tanto a emisores como a receptores, de lo contrario, dejarían de enviar o de recibir, poniendo fin a la comunicación (Dawkins y Krebs 1978; Krebs y Dawkins 1984). La estabilidad se ve amenazada, a menudo, por emisores deshonestos… ¿Hay una manera de asegurar que la comunicación es honesta? Algunas señales son indicadores fidedignos de la honestidad del mensaje. Señales costosas tales como los cuernos en un venado o la cola de un pavo real, concebidos como señales, constituyen una prueba de que el individuo es lo suficientemente fuerte como para pagar ese coste (Zahavi y Zahavi 1997). Si alguien dice "Yo no soy mudo" está dando una prueba de que no es mudo. Sin embargo, para la mayor parte de los ricos y variados contenidos informativos que los seres humanos se comunican entre sí, no hay señales disponibles que funcionen como prueba de su honestidad. Para evitar ser víctimas de la desinformación o del engaño, por lo tanto, los receptores deben ejercer un cierto grado de lo que puede llamarse la vigilancia epistémica (Sperber et al. 2010). La tarea de la vigilancia epistémica es evaluar al emisor y evaluar el contenido de sus mensajes con el fin de filtrar la información comunicada
La interpretación de la información comunicada implica la activación de un contexto de creencias previas tratando de integrar la nueva información con la antigua. Este proceso puede poner de manifiesto incoherencias… Cuando se descubre alguna incoherencia, un destinatario epistémicamente vigilante debe elegir entre dos alternativas. La más simple es rechazar la información, evitando así cualquier riesgo de ser engañado. Esto puede, sin embargo, privar al destinatario de la información valiosa y de la oportunidad de corregir o actualizar las creencias anteriores. La segunda alternativa, más elaborada, consiste en poner en la balanza, por un lado, un mecanismo para comprobar dicha coherencia y por otro valorar la confianza que nos merece el emisor para, en su caso, revisar las creencias previas al acto de comunicación. Así, por ejemplo, si una persona en la que confiamos mucho nos dice algo que es incoherente con nuestras creencias anteriores, normalmente, pondremos en marcha un proceso de revisión de dichas creencias y modificaremos, o bien nuestra confianza en la fuente de la información o nuestras creencias previas. Somos propensos a optar por  restablecer la coherencia de la forma menos costosa posible lo que, a menudo, conduce a aceptar la nueva información y revisar nuestras creencias.
¿Cuáles son las opciones de un comunicador que quiere comunicar una pieza de información que es poco probable que sea aceptada por el destinatario simplemente sobre la base de la confianza en el interlocutor? El interlocutor puede optar por aportar pruebas de su fiabilidad (por ejemplo, si la información es sobre temas de salud, podría informar al destinatario de que es médico). Pero ¿y si el comunicador no está en condiciones de aportar tales indicios de fiabilidad? Otra opción es tratar de convencer al destinatario, a partir de premisas respecto de las que el destinatario ya está convencido…. y demostrar que, una vez que se aceptan estas premisas, no sería coherente rechazar la conclusión. Esta opción consiste, pues, en producir argumentos que sustenten las afirmaciones y que induzcan al  destinatario a analizar, evaluar y aceptar estos argumentos. Evaluar los argumentos supone, naturalmente, razonar.
Esta concepción del razonamiento encaja bien con muchos trabajos que subrayan el extraordinario papel de la sociabilidad en el desarrollo de las capacidades cognitivas de los seres humanos (Byrne y Whiten 1988; Dunbar 1996, Dunbar y Shultz 2003; Hrdy 2009; Humphrey 1976; Tomasello et al. 2005…). La comunicación desempeña un evidente papel en la cooperación humana tanto en la configuración de objetivos en común como en la atribución de deberes y derechos. La argumentación es un mecanismo extraordinariamente efectivo para superar desacuerdos en el seno de grupos, especialmente, cuando se trata de grupos no jerarquizados….  Aunque es difícil aportar pruebas arqueológicas que demuestren la importancia de la argumentación en los primeros grupos humanos, los antropólogos han destacado que en las sociedades primitivas que restan hoy en el planeta, los miembros discuten mucho
Jared Diamond cuenta, en “El mundo hasta  ayer”, que le llamaba mucho la atención en Nueva Guinea que los aborígenes se acostaban por la noche y no dormían de un tirón – como pretendía hacer él – sino que, al cabo de dos horas, se despertaban, discutían durante un largo rato, y se volvían a dormir. Volvían a despertarse al cabo de otro par de horas y reanudaban la conversación. La conversación versaba sobre el montón de patatas dulces que tenían delante, sobre cuánto tiempo podrían durar, sobre cuántas había etc.

Esta “teoría del razonamiento humano” explica bien algunos de los sesgos “irracionales” de los seres humanos. Por ejemplo, nuestra elevada capacidad para descubrir si nos engañan (que es útil especialmente si razonamos para descubrir el engaño) y que seamos mucho peores resolviendo problemas lógicos que desmontando un argumento que carece de lógica. O el llamado “sesgo de confirmación”, (los argumentos que utilizamos en una discusión tratan de reafirmar nuestra posición, no de hallar la verdad, de manera que solo “buscamos” argumentos que confirmen nuestra posición e ignoramos los argumentos en contra salvo que anticipemos que tendremos que rebatirlos) o que tendamos a razonar “proactivamente”, esto es, adelantando las objeciones, o a no exponer posiciones que no podamos argumentar. Es decir, que somos mucho mejores debatiendo que pensando. Lo que explica los debates en el seno de un  grupo mejoren la productividad del grupo y que los individuos “afilen” sus capacidades cognitivas en contextos argumentativos porque tienen motivación. Así entendido, muchos de los “fallos” en la racionalidad de los individuos se explican, en realidad, como efectos de la evolución de nuestro cerebro y de las funciones que resultaron preferidas en dicha evolución por su contribución a la supervivencia de los individuos.

Mercier, Hugo and Sperber, Dan, Why Do Humans Reason? Arguments for an Argumentative Theory (June 26, 2010). Behavioral and Brain Sciences, Vol. 34, No. 2, pp. 57-74, 2011

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