domingo, 11 de enero de 2015

Del Derecho y el Islam: no son los musulmanes, son los gobiernos de los países musulmanes

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Los horrorosos acontecimientos de la semana pasada en Francia han fortalecido a los que piensan que la “islamofobia” está justificada y que el mundo sería un lugar mejor si desapareciese la religión mahometana e, incluso, para muchos europeos, si desapareciesen todas las religiones. Nos han servido bien en el pasado pero, tras el Siglo de la Luces, sólo los individuos irracionales pueden seguir albergando sentimientos religiosos o seguir siendo creyentes. Europa, como casi siempre, está en la vanguardia de estas concepciones ateístas. Asia, en buena medida, no tiene ningún camino que desandar porque los asiáticos no han sido nunca religiosos. El problema es el de las tres religiones monoteístas y, básicamente, de cristianos y musulmanes.

¿Tiene algún mérito la islamofobia o es una fobia más que debemos controlar y reducir? Si se entiende como incitación al odio hacia otros grupos con los que se comparten muy pocas cosas, la respuesta es obvia. Me refiero a distinguir la religión como cuestión individual o social de la religión como cuestión política. Una macroencuesta realizada a musulmanes de todo el mundo ofrece unas respuestas muy preocupantes: muchos musulmanes, la mayoría en muchos países, considera que religión y política han de ir unidas, que no pueden separarse las normas jurídicas de las normas religiosas o, dicho de otro modo, que el Estado debe hacer el enforcement de las normas religiosas.Por normas religiosas entiendo aquí a aquellas que tienen como contenido el propio de las normas jurídicas: regulación de los poderes del Estado y organización de la Administración, Derecho Penal – conductas prohibidas y sancionadas con prisión o pena de muerte en el extremo – y Derecho Privado – relaciones económico-sociales y relaciones familiares – .

Tras siglos de guerras (Europa es el continente donde más violencia ha existido históricamente) Europa ha separado radicalmente estos dos sistemas de control social: la religión y el Derecho. Pero los países musulmanes, en gran medida, no lo han hecho, probablemente porque no han disfrutado de una Iglesia Universal como la católica con una estructura centralizada y porque no han tenido suficientes guerras entre sí como para agotarse y firmar una paz perpetua que sentara la base de la tolerancia. Y muchos musulmanes de todo el mundo consideran que el Derecho público y privado de los Estados de población mayoritariamente musulmana debe adaptarse a los mandatos religiosos cuando no, simplemente, que deben ponerse en vigor como Derecho, dichos mandatos religiosos (la sharia). Y, sin una organización centralizada de la “puesta en vigor” de las normas, como ha sido históricamente el Papado y los Concilios, las normas religiosas de contenido jurídico promulgadas en los primeros tiempos de la religión, siguen en vigor y siguen aplicándose descentralizadamente. Los juristas mahometanos no han podido hacer evolucionar el Derecho como lo han hecho los teólogos y juristas cristianos desde la Edad Media. Es como si en España, siguieran en vigor Las Partidas o, peor aún, que nuestro Código Penal estuviera basado en el Levítico y el Deuteronomio, con todas esas reglas salvajes sobre lo que había que hacer con los enemigos de Israel y con los propios judíos cuando blasfemaban. Peor aún, porque esas reglas se pretenden aplicar por los más salvajes literalmente ya que no hay un sistema que garantice que la interpretación evolutiva sea la predominante (ni hay un Tribunal Supremo de la sharia, ni hay un Ulpiano o un Gayo o un Lesio o un Bártolo o un Molina cuya razonable interpretación sea seguida universalmente). Y cuando los “textos legales” son obras literarias como es el Corán, hasta el más salvaje encuentra apoyo en “la ley” para imponer las más salvajes reglas y sanciones. El resultado es que normas medievales – el Islam nace en el siglo VII – pretenden validez jurídica en el siglo XXI interpretadas literalmente; que países como Pakistán siguen imponiendo penas, incluso de muerte, a decenas de personas cada año por blasfemia y también lo hacen muchos otros países musulmanes; que las mujeres mantienen, en el siglo XXI, un status semejante al que tenían en la Edad Media; que la Ciencia es abandonada y que las relaciones sociales y políticas se corresponden más con las que regían hace mil años.

¿Y qué tiene que ver esto con los atentados terroristas? Mucho. Porque los atentados terroristas, la necesiten o no, encuentran legitimación en este Derecho. Si el Estado de Pakistán, Irán, Arabia Saudí o Nigeria puede condenar (a veces a muerte) a alguien por blasfemo o adúltero sobre la base de una norma religiosa y lo hace periódicamente, ¿por qué no puede ejecutarse la sentencia por cualquier particular con un kalashnikov esté donde esté el blasfemo? Al fin y al cabo, hasta hace poco el Estado no se reservaba la ejecución de las penas, sólo las condenas, del mismo modo que la Inquisición dejaba al hereje “al brazo secular”. Al fin y al cabo también, la pena de morir apedreado sólo puede ejecutarse “por el pueblo”. Lo terrible de la confusión entre normas religiosas y penales es que el terrorista que asesina blasfemos o adúlteras es un “agente de la Ley” en un mundo jurídico premoderno como es, en buena medida, el islámico.

Por tanto, la rabia de los civilizados y ateos europeos debe dirigirse inteligentemente contra los Estados musulmanes que mantienen la sharía como la ley del país. Porque si bien no es posible reunir a todos los musulmanes y “meterlos” en una Iglesia a cuyo frente esté un Papa con poder para determinar lo que deben creer los fieles; interpretar los textos medievales para ajustarlos al mundo actual y explicar que todas las normas jurídicas contenidas en los textos religiosos deben considerarse “derogadas”, sí que es posible presionar a los jefes políticos de los Estados musulmanes para impedirles que pongan los medios estatales al servicio del cumplimiento de reglas salvajes como muchas de las contenidas en la sharia, es decir, que se corresponden con un Derecho Penal y Civil de la Edad Media. Si hay normas en la sharia que merecen ser mantenidas en vigor, debe hacerse previa su formulación e inclusión individualizada en las normas jurídicas correspondientes emanadas del Estado. Para que todo el mundo sepa de dónde emana la regla: de la voluntad de Dios o de la voluntad del jeque, el parlamento o el general que gobierne el país.

Si los musulmanes advierten que las normas religiosas se siguen por convicción y como rectoras de la propia vida, pero no de la vida de los demás y que regular las relaciones sociales es la tarea del sistema jurídico que no puede confundirse con el código religioso, los chalados y los salvajes de este mundo verán reducido su apoyo en el común de los musulmanes, un apoyo seguramente comparable al que tenía ETA en el País Vasco. Porque muchos vascos apoyaron a ETA incluso cuando ejecutaba matanzas porque, al fin y al cabo, los salvajes de ETA mataban por “nuestra patria” y votar al partido de ETA no significaba que se aprobaran las matanzas. Pero no era así: votar a Batasuna era votar a ETA y votar a ETA era aprobar el asesinato. Del mismo modo, muchos musulmanes se ven obligados a mantener una posición imposible: rechazar a los del kalashnikov de París a pesar de que las víctimas “se merecían” el castigo de acuerdo con el salvaje código penal de la sharía: lo hacen por “nuestra religión” pero eso no significa que nos parezca bien que maten a blasfemos. Pues bien, si queremos evitar que crezca la islamofobia, hay que obligar a los Estados musulmanes a que si sus derechos nacionales establecen que hay que azotar o matar al blasfemo o a la adúltera, matar al apóstata o cortarle la mano al ladrón, quede claro que el que ha decidido hacerlo no es la religión, sino el Gobierno del país. Nada sería más liberador para los cientos de millones de musulmanes de buena voluntad que deberían poder creer que su religión no ordena tales salvajadas.

Actualización: un análisis más sesudo aquí que puede resumirse como sigue: los desastres de hacer de la Revelación divina la única fuente de moralidad. Y aquí, una recensión de un libro realmente preocupante: las religiones crecen, no porque consigan nuevos afiliados, sino porque sus adeptos se reproducen más que los individuos secularizados. El riesgo para la libertad en el mundo es, pues, real. Y la perspectiva de un historiador sobre una Europa que pierde su alma cristiana.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Interesante perspectiva. Saludos.

Anónimo dijo...

Estoy totalmente de acuerdo que ahí está el problema. Muchos musulmanes se han apresurado a condenar los ataques terroristas y mucho occidental y musulman defiende que no todos los musulmanes son iguales. Pero lo que no se dice es que cientos millones de ellos están de acuerdo con que sus estados apliquen penas de muerte por los mismos "delitos" que cometieron los dibujantes del Charlie Hebdo.

Quiero decir, yo si en una tienda veo a un ladrón intentando robar, creo que tengo el derecho y capacidad moral para intentar impedirlo. Salvando las distancias, y como se dice en el artículo, los islamistas se creen con el mismo derecho y autoridad para hacer lo mismo ante sus pecadores.

Un saludo.

Francesco Gom Apo dijo...

En mi opinión, es una postura bastante acertada.

Véase como ejemplo de este problema la reacción del ministro de exteriores marroquí, que se negó a acudir a la manifestación del pasado domingo porque la gente portaba representaciones gráficas de Mahoma...

Este señor tendría que haber acudido en su condición de representante político de un país, ¡no en su condición de musulmán! Y en aquella condición, respetar plenamente la libertad de expresión.

Pero claro... qué se le puede pedir a representantes políticos de países mayoritariamente musulmanes, cuando NINGUNO de esos países se constituye como una democracia. Deben evolucionar de una vez.

marketing abogados dijo...

Muchas gracias por este artículo. Es una tesis que apensa se ha escuchado y que creo que tiene que ver con lo que verdaderamente está pasando. Un saludo

Sanchez Bermejo dijo...

Interesante artículo. Está claro que cualquier fobia, es mala. Y sin embargo, en cuanto a las religiones, en su fondo, ninguna lo es. El problema son aquellos que se empeñan en hacer su guerra escondiéndolo todo bajo otras banderas.

Diego Paños dijo...

Efectivamente, creo que es el quicio que hay que tocar para desactivar el problema. Es evidente que va a llevar tiempo porque la teoria de la doble verdad (verdades comunes publicas vs verdades privadas ) a la que estamos acostumbrados los juristas, no está todavía arraigada en el común de la gente. Falta pedagogía, porque es una construcción intelectual es contraintuitiva, y hay que implantarla, reforzarla y reconstruirla constantemente ante los embates de nuestros esquemas del pensamiento, mucho menos racionales de lo que creemos. El ser humano tiende a resguardar su existencia amenazada mediante sistemas de seguridad, sociológicos, ideológicos, psicológicos que defiende desesperadamente frente al cambio, la persistente manía de la realidad por destruir nuestras seguridades, y la contradicción en el choque con otros sistemas de seguridad de terceros. Por eso la neurosis, por eso la sumisión a los jefes (aunque sean tan defectuosos como los políticos), por eso la defensa violenta de los propios dogmas, por eso el nacionalismo separatista, (violento o no). Tal es la dinámica que late en el conflicto humano, y me temo que combatirla con la ley, el diálogo abierto a que el otro me convenza, la tolerancia y la prudente y necesaria retirada al terreno de lo privado de las convicciones mas fuertes (las que hablan de sentido) demandará los mejores esfuerzos comunes.

El Miope Muñoz dijo...

Tenemos que pensar de un modo ambicioso, creo. La teología no ofrece el mismo tipo de verdades que la filosofía, según nos ha enseñado Leo Strauss en el conflicto que llama entre Atenas y Jerusalén.

Y en medio de estos movimientos, puede perfectamente resurgir quien añore modelos católicos de família, por decirlo en bruto. Evidentemente estoy de acuerdo con ud. en que no es deseable que esos países sean la ley, pero pensemos con mirada amplia: qué podemos hacer para que la tolerancia se sostenga.

No es incompatible que alguien albergue convicciones y creencias religiosas, pero tampoco es deseable que estas creencias lleguen a lo político en forma de malestar.

JESÚS ALFARO AGUILA-REAL dijo...

La única solución compatible con la falta de unanimidad en la población y/o imposición mediante el uso de la fuerza es la separación entre la moral/teología y el Derecho y la incorporación al Derecho exclusivamente de las reglas morales aceptadas unánimemente o que la mayoría puede considerar que tiene "el derecho" a imponer a todos. Cuanto más intenso sea el contenido religioso de las reglas morales (i.e., su fundamento en bases no exclusivamente racionales) menos justificado está incorporarlas al Derecho. La libertad religiosa es el derecho a vivir de acuerdo con reglas morales irracionales o, al menos, arracionales, su legitimidad no se basa en que sean "buenas" sino en que Dios exige su cumplimiento. Por tanto, la legitimidad para imponerlas al no creyente es bajísima.

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