domingo, 16 de agosto de 2015

Por qué Europa conquistó el mundo




Este es el título del libro de Philip T. Hoffman, que bien podía haber escrito un artículo largo pero que, al darle forma de libro, lo ha hecho accesible a cualquier lector medianamente cultivado. La idea básica - el modelo - es simple. Si se dan las condiciones, puede descartarse la "hipótesis cero" y argumentar convincentemente por qué Europa extendió sus imperios por todo el mundo entre los siglos XVI y XIX. Cuando uno empieza a leerlo, lo hace con escepticismo, pero al llegar a los últimos capítulos, tiende a dar la razón al autor. El libro solo tiene una idea - como casi todos los buenos libros - y es muy respetuoso con todos los que se han dedicado con anterioridad al tema que aborda . Especialmente, con los que no son de la disciplina del autor. El autor es profesor de una escuela de negocios, lo que no habla precisamente a su favor, pero reivindica los estudios de los historiadores militares (Geoffrey Parker) y políticos (Tilly); de los antropólogos y de los estudiosos de la evolución cultural. Está muy bien escrito, con las repeticiones justas para no obligar al lector a volver para atrás sin aburrirlo. Lo he leído tras terminar el estupendo War & Peace & War de Peter Turchin que es absolutamente recomendable y al que complementa muy bien.  

Las condiciones que deben darse prolongadamente en una zona geográfica para que sus habitantes procedan a aventurarse y lanzarse a la conquista del mundo son las siguientes: Debe haber frecuentes guerras entre los Estados que comparten una región geográfica delimitada. Pero no solo: 
"los gobernantes deben enfrentarse a costes políticos semejantes para movilizar recursos y deben guerrear por un premio que sea valioso en proporción a los costes fijos de establecer un sistema de impuestos y un aparato militar". 
No puede haber enormes diferencias en el tamaño de los países o de las economías o en su capacidad para obtener préstamos, aunque si un país pequeño tiene una gran capacidad de financiación (piénsese en Holanda en el siglo XVI y XVII), podrá enfrentarse a un país mucho mayor (España, Inglaterra o Suecia en el caso de Holanda)" 

Además, los costes de los gobernantes para allegar los recursos necesarios deben ser semejantes pero bajos; los gobernantes deben hacer abundante e intenso uso de la tecnología militar "de punta"; no de la tradicional (p. ej., la bayoneta fue una innovación que permitía que un solo soldado hiciera el trabajo de dos - el lancero y el arcabucero). Y, por último, la tecnología militar "de punta" debe estar a disposición de los gobernantes que guerrean entre sí (los monarcas europeos se "robaban" ingenieros y arquitectos militares continuamente). En estas condiciones, se puede desarrollar una competencia muy intensa por ser "un poco mejor" que los rivales y esta competencia intensa inducirá la innovación en todos los aspectos relacionados con la actividad militar. 

Hoffman sostiene que los reyes europeos mantuvieron una "competición" (tournament) a lo largo de cuatrocientos años por la hegemonía en Europa sin que nadie la lograra por razones no tanto geográficas como históricas (la división en Europa tras la caída del Imperio romano) y jurídico-político-religiosas (la centralización de la autoridad eclesiástica cristiana en el Papado que logró que la Iglesia prevaleciera sobre los reyes gracias al divide et impera; la debilidad de los líderes y la necesidad de éstos de contar con la aquiescencia y colaboración de las élites propia de la "constitución" europea desde la Edad Media hasta el fin de la Edad Moderna; la ideología cristiana de lucha contra el Islam y la extensión de la fe cristiana como obligación de cualquier monarca). En este sentido, el libro de Hoffman "casa" bien con las mejores explicaciones de la evolución histórica europea. 

Quizá lo más interesante sea que los "Estados" europeos no tenían más tareas frente a sus súbditos que la de garantizar su seguridad física. Europa no fue más rica que el resto del mundo civilizado, probablemente, hasta la Revolución Industrial. Los gastos de los Estados eran militares prácticamente en su totalidad. Pero los Estados europeos, a diferencia de los del medio oriente y los asiáticos tenían una capacidad fiscal muy superior para allegar recursos y destinarlos a la guerra (lo que, a su vez, hizo de Europa la cuna de las innovaciones financieras). Y, curiosamente, aquellos Estados más "democráticos", en el sentido de poder de los reyes más limitado por la nobleza y la burguesía, eran los que tenían mayor capacidad para extraer recursos de sus poblaciones con destinos militares. Francia, España, Holanda y, finalmente, Inglaterra fueron capaces de mantener ejércitos enormes - Carlos I llegó a tener 300.000 soldados desplegados por Europa - a costa de sangrar a sus súbditos. Los gobernantes islámicos - el imperio otomano es el más estudiado por el autor - y los asiáticos - fundamentalmente China y la India aunque también Japón - no dedicaron todas sus energías a la guerra y prestaban "servicios" a sus súbditos en mayor medida y volumen que los europeos. 

En Asia, por el contrario, China fue siempre una potencia hegemónica y la única amenaza seria para su estabilidad provenía de las estepas lo que condujo a China a desarrollar una estrategia militar concreta: utilizar arqueros abandonando las técnicas que desarrollaron continuadamente los europeos. Las técnicas militares que proporcionaban ventajas en el tournament europeo no eran de utilidad a los emperadores chinos para enfrentarse a los pueblos nómadas. Además, ni en Asia ni en el imperio otomano el poder de los reyes estaba limitado suficientemente por los nobles o los comerciantes lo que redujo la capacidad fiscal de esos estados en relación con los europeos. Y lo más notable es que estas condiciones europeas se prolongaron ininterrumpidamente durante varios siglos. Aunque pudieron darse esporádicamente en algunas otras regiones del mundo, en ninguna se mantuvieron durante suficiente tiempo. 

Las técnicas militares a las que Hoffman hace referencia incluyen no solo los avances en artillería (cañones) o en armas de fuego sino sobre todo en técnicas logísticas y de estrategia y organización de la infantería y en lo relativo a barcos de guerra y construcción de fortalezas militares. 

Tampoco hay duda de que los europeos tenían no solo la capacidad sino también los incentivos para lanzarse a las conquistas extraeuropeas (es decir, en los términos de Hoffman, el "premio" de lanzarse a las conquistas ultramarinas era enorme) mientras los asiáticos nunca consideraron que hubiera nada en Europa que fuera de su interés al margen de los metales preciosos que los europeos les traían en abundancia a cambio de sus sedas, algodones, te y, sobre todo al principio, especias.

Los particulares como conquistadores


Para el que suscribe, lo más interesante del libro se encuentra en el capítulo 5 titulado "From the Gunpowder Technology to Private Expeditions". En este capítulo, el autor narra cómo las innovaciones en tecnología militar desarrolladas por los gobernantes a base de impuestos se difundió y se hizo accesible también a los particulares. Europa fue siempre un continente de guerreros y los particulares disponían de armas generalizadamente (la 2ª enmienda de la Constitución norteamericana es de origen inglés y las leyes españolas del siglo XVI reconocían a los cristianos viejos el derecho a portar armas). Estos pudieron organizar en Europa, desde bien temprano, ejércitos y armadas privadas que actuaban con patrocinio real y que se remuneraban con el botín de las conquistas que pudieran realizar. Desde los condottieri italianos hasta el private trade de los "funcionarios" de la East India Company pasando por el privateering que tan buenos resultados dio a Holanda e Inglaterra en su lucha contra el Imperio español por romper el monopolio del comercio con América y por los conquistadores españoles de América que, como bien sabemos por las historias de Colón, Cortés o Pizarro consideraban legítimo retener derechos feudales y de propiedad sobre los territorios y las riquezas conquistados. No es, pues, solo que el "sector público" invirtiera mucho en guerrear. Es que el "sector privado" también lo hizo de forma excepcional en Europa. Excepcional porque estos emprendedores privados no eran bandidos ni asaltadores de caminos. Actuaban de acuerdo con una licencia real, una licencia bastante semejante a los charters que recibieron las primeras sociedades anónimas para establecer nuevas rutas comerciales y proceder a la conquista de los territorios correspondientes. Las compañías de indias holandesa e inglesa eran lo más parecido a un Estado que pueda imaginarse y, desde el principio, se constituyeron como organizaciones con bases territoriales. Los enormes premios que recibían estos particulares cuando tenían éxito (incluyendo los premios a los ingenieros y estrategas militares) generó incentivos en la población para buscar la "gloria" y la fortuna en las expediciones extraeuropeas. En otras regiones de Eurasia, no hubo tal emprendimiento, entre otras razones, porque ¡no existió la sociedad anónima!. Y la organización del comercio con Indias por parte de la corona española no fue muy diferente. Simplemente, los reyes de España y Portugal eran más ricos y poderosos que sus homólogos holandeses e ingleses y pudieron desarrollar las conquistas embebiendo los medios y las personas en el aparato del Estado en lugar de atribuir monopolios a corporaciones de comerciantes. 

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Sin ánimo de parecer un crítico excesivo, me gustaría señalar que, en mi humilde opinión, la diferencia la marcó la acumulación de capital que Europa logró con la colonización de América.

Esto permitió mayores inversiones de toda índole, destacando la militar, pero también las artes, el lujo o la construcción, además ayudo a expulsar población sobrante e incentivó el comercio, incluida la parte tecnológica de la misma.

Hay u libro muy popular, titulado 1493, de charles mann. Si mal no recuerdo, señala que fue determinante que España limitara a la mínima expresión el comercio con China vía México-Filipinas, pues alejó de china los bienes que el gigante asiático requería para su desarrollo, y llevándolos a Europa.

En todo caso el libro que usted cita me parece digno de leer y discutir, gracias por su aporte.

Anónimo dijo...

Parece interesante, pero ver las cosas en clave económica no es del todo correcto. ¿Dónde están los factores antropológicos, identitarios, culturales, etc? ¿No fue la expansión europea en la Edad Moderna una ampliación de la expansión europea que ya estaba en marcha desde el Imperio Romano (tanto principios como finales del mismo)? La Economía está bien, pero no lo es todo ni mucho menos, ni explica el progreso de la Humanidad.

Anónimo dijo...

Guns, Germs & Steel.

No hay más preguntas, señoría.

Doctor Alban dijo...

También podría haber una respuesta geográfica: Tal y como dice Marvin Harris en "Caníbales y reyes: los orígenes de las culturas", las sociedades "Prístinas" nacieron alrededor de grandes ríos: el río Nilo, el Amarillo... Mientras que en Europa no había un GRAN río, sino multitud de ellos, dando origen a multitud de estados, a diferencia de los grandes imperios como el Egipcio o el Chino.

JESÚS ALFARO AGUILA-REAL dijo...

El autor descarta la explicación geográfica y hace referencia a los libros de Diamond, Kennedy y West. Este blog tiene varias entradas sobre el tema http://lorenzo-thinkingoutaloud.blogspot.com.es/ y la idea de las fronteras de Turchin encaja con la última de ellas.

Miguel Jaén dijo...

He leído el libro y, aunque estoy de acuerdo con las premisas que describe el autor para explicar la supremacía europea con respecto al resto de civilizaciones euroasiáticas, creo que no sabe explicar porqué Europa estaba fragmentada. Su explicación se basa en la cultura belicista de los europeos altomedievales. Sin embargo, esta condición es universal; precisamente las pruebas que aporta son de la Antigüedad (Tácito) o de otras regiones (los turkana de África). Y según la lógica causas universales no pueden explicar consecuencias particulares.
Me voy a atrever a proponer una alternativa, aunque aviso que no soy experto. Al parecer, el feudalismo hunde sus raíces en los últimos tiempos del Imperio romano occidental, cuando ya se detecta una despoblación de las ciudades y un menor comercio. Por consiguiente, el Imperio que se repartieron los bárbaros ya no tenía la capacidad de recaudar impuestos que tenía en el siglo I o II. Asimismo, el Imperio occidental fue invadido por diferentes pueblos, algo que contrasta con la historia china, que era invadida por un solo pueblo cada vez -mongoles y manchúes-, lo que facilitó su unidad a lo largo de su historia. La división de los pueblos germánicos -y sus fronteras- redundó en la creciente crisis económica europea: el comercio tuvo aún más dificultades, con menor comercio se recaudó menos impuestos, y con menos impuestos los reyes tuvieron que basarse cada vez más en premiar a sus compañeros con feudos. Así, los estados altomedievales no pudieron desarrollar sistemas impositivos hasta mucho después, cuando el comercio se reanudó a partir del año mil y la tecnología -especialmente la agrícola: collera, arado de vertedera, rotación de cultivos- permitió una mayor productividad.
El mito de la unidad europea creado por el Imperio romano se mantuvo vivo durante toda la Edad Media, pero como no hubo estados lo suficientemente poderosos como para revivirlo, poco a poco este mito se diluyó, permitiendo que nacieran nuevos mitos en cada país. Los visigodos y los posteriores reinos cristianos ibéricos se inventaron el mito de la unidad ibérica y cristiana. Los los francos poco a poco desarrollaron el mito de la unidad franca durante la Guerra de los Cien años. Los ingleses crearon su propio mito nacionalista conforme eran rechazados de Francia...
El único estado que pudo recrear el Imperio romano fue el de Carlomagno, pero su mentalidad era tan tribal que conservó la mentalidad tribal franca de dividir su imperio entre sus hijos.
Con todos estos factores -y algunos más- resulta comprensible que Europa estuviera fragmentada.

JESÚS ALFARO AGUILA-REAL dijo...

Buena reflexión!

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