lunes, 9 de enero de 2017

Tweet largo: tenemos más intelectuales públicos de los que nos podemos permitir

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La “nueva política” ha traído a la vida pública a un montón de individuos bastante semejantes a los individuos que encarnaban la vieja política pero que, a diferencia de éstos, vienen con ínfulas de intelectual. Que Podemos haya surgido de la Facultad de Ciencias Políticas de la Complutense (no sé si habrá otra forma de arreglarlo que no sea cerrar esa facultad) ha llevado a elevar a la condición de “intelectuales” a toda la cúpula de este partido político y de algunas de sus confluencias, señaladamente los de de En Común en Cataluña. Los gallegos y los valencianos no parecen tener ínfulas semejantes.

Esta característica – la de creerse “la crema de la intelectualidá” es privativa de Podemos. Ni Ciudadanos ni los partidos tradicionales consideran que sus cuadros dirigentes sean intelectuales. Es cierto que hay intelectuales – pocos – que apoyan al PP e intelectuales – más – que apoyan al PSOE o a Ciudadanos pero nadie cree que los dirigentes de estos partidos sean, ellos mismos, intelectuales cuyos pensamientos sobre las tendencias sociales merezcan ser escuchados con atención.

Y el problema se nos ha ido de las manos. Errejón y Monedero han leído algunos libros (los equivocados, me temo y ya lo decía Schopenhauer, no pierdas el tiempo leyendo los libros que no debes porque la vida es corta); puede que Iglesias haya leído algo – aunque menos – pero de lo que estoy bastante seguro es que el resto de la cúpula de Podemos apenas ha leído más libros que la media de los españoles. Vale la pena, por ello, discutir las elucubraciones de Errejón. No tanto las de Monedero y mucho menos las de Iglesias por no hablar de las de Zapata o Maestre. Pero discutir las apreciaciones de Montero, de Echenique, de Serra, de Mayer, de Espinar o de Mayoral o de Albiol o de Domenech y, sobre todo, las de Colau sobre las cuestiones que ocupan habitualmente a los filósofos y a los científicos sociales – por no decir a los científicos en general – carece absolutamente de interés. Es más, en la mayor parte de los casos tales apreciaciones son, simplemente, burradas cuando no sandeces posmodernas carentes de estructura lógica y de cualquier apoyo en los hechos.

Así las cosas, los periodistas no deberían dar altavoz a tales sandeces. No deberían preguntar a Montero sobre la situación de los derechos humanos en España. No deberían preguntar a Serra sobre las causas de la violencia de género; no deberían preguntar a Colau sobre la importancia de las metrópolis en la gobernanza mundial o sobre el significado de la soberanía; no deberían preguntar a ninguno de ellos sobre la trascendencia del descubrimiento de América y las características del imperio español y su influencia en la Historia del mundo. Ya han dejado de hacerlo con Carmena, que tiene más títulos – ha leído algunos libros más – para opinar sobre cuestiones que nada tienen que ver con el gobierno de su ciudad, única cuestión sobre la que deberían interesarnos las opiniones de Colau que tiene el inconveniente, además, de que es de natural faltona y aguerrida.

Y los que pretendan ser intelectuales y consideren que la entrada de Podemos en las instituciones es una bendición para España, deberían dedicarse a hacer lo que hacen los intelectuales próximos a otros partidos. Suministrar argumentos razonables para sostener las políticas programáticas de aquellos.

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