lunes, 27 de marzo de 2017

Mutualidad en sociedades preindustriales: campesinos racionales con una Economía Moral

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Foto: Misiones pedagógicas



"It is scarcity not sufficiency that makes people generous"

Evans-Pritchard


En las economías de subsistencia (en buena parte de los países subdesarrollados) y en las relaciones en el seno de grupos – no en los intercambios de mercado – las interacciones no se basan en la reciprocidad sino en la solidaridad. La solidaridad es una forma de “seguro mutualístico”. “La persona que recibe la ayuda no ha de pagar a cambio un equivalente. Lo que se espera de ella es que ayude a los demás cuando se encuentren en una situación semejante a la suya”. Como hemos dicho en otro lugar, la regla de conducta en el seno de los grupos es “pide cuando necesites, da cuando te sobre”. La mutualidad es la forma más eficiente de cubrir los riesgos cuando el entorno es muy arriesgado y las probabilidades de que se produzca un “cero”, es decir, de morir, son significativas. Y es ese el entorno en el que la vida social de los humanos se ha desarrollado hasta bien recientemente. Y es la forma de articular las interacciones entre los individuos “más natural” (“mecanismos informales de solidaridad tienden a emerger naturalmente”) de manera que podemos esperar que haya acabado influyendo en la psicología humana (influencia de la cultura sobre la evolución y no sólo al revés). Los mercados, por el contrario, ni son “cognitivamente naturales” (Pinker) ni surgen espontáneamente. Requieren de enormes desarrollos de la acción colectiva y una reducción significativa de los riesgos vitales a los que se enfrentan los individuos: en un entorno "seguro", la gente no es solidaria. 

El coste principal de la mutualidad como forma de cobertura de riesgos y provisión de bienes es controlar a los que “racanean”


Por eso todos los sistemas civilizados de provisión de asistencia sanitaria obligan a la gente a asegurarse. Porque, en general,

los individuos tienen incentivos para distorsionar su situación de necesidad o… para trabajar menos y vivir a costa del grupo. Las sociedades preindustriales diseñaron sistemas para gestionar este problema de incentivos. De hecho, muchos de los rasgos de los sistemas de solidaridad social pueden interpretarse como mecanismos para reducir las pérdidas de eficiencia”. 

Son sistemas que castigan al que racanea.

“Cuando la gente es pobre y el riesgo idiosincrático es importante, la mutualidad reduce significativamente el riesgo de morir de hambre y aumenta espectacularmente la utilidad esperada. En consecuencia, los mecanismos de solidaridad emergen naturalmente en sociedades en las que esos riesgos son elevados y en los que los riesgos idiosincráticos son altos. La prosperidad económica, por el contrario, reduce la solidaridad en la medida en que el riesgo individual de morir de hambre queda reducido precisamente, por la prosperidad, La solidaridad informal es mucho más fuerte entre los pobres que entre los ricos”.

La solidaridad comienza en el seno de la familia y se extiende al clan y a la tribu. Un amigo me decía el otro día que las adopciones, en la España del siglo XIX eran un fenómeno familiar. Se adoptaba – por los parientes ricos – a los huérfanos o hijos de los parientes pobres. No se adoptaba a un completo desconocido.

El Derecho no está pensado para asegurar el cumplimiento de estos “arreglos voluntarios” que adoptan formas de mutualidad. Los juristas más perspicaces lo entendieron así. Por ejemplo, Ihering cuando habla del Derecho Romano.

La solidaridad intergeneracional puede explicarse también en estos términos: los jóvenes saben que necesitarán más la asistencia del grupo cuando sean viejos y los que se van haciendo viejos saben que necesitan cada vez más la asistencia de los jóvenes. Ambos tienen incentivos para crear una corriente de solidaridad intergeneracional y para generar instituciones en las que el poder se atribuye a los viejos (senado).

Los sistemas mutualistas requieren de transparencia o, si se quiere, de que haya mucha información disponible para todos los miembros del grupo acerca de la riqueza y la conducta de los demás. Si no, el control recíproco es muy costoso y la solidaridad se derrumba.

El tipo de riqueza es, pues, relevante. La riqueza que se puede ocultar dificulta el cumplimiento del contrato social mutualista ya que favorece la negativa abusiva a ayudar y las demandas injustificadas de ayuda a los otros. En sociedades primitivas, pues, no hay bienes cuyo valor sea predominantemente de intercambio. Todos los bienes tienen valor de uso o consumo (“el nivel de consumo es una señal ex post del nivel de necesidad y de disponibilidad de bienes de un individuo” en sociedades primitivas). Los primeros no son útiles ni como depósito de riqueza (porque no se podrá realizar ya que no hay un mercado donde intercambiarlo) ni como medio de ahorro (porque las necesidades se cubren recurriendo a los demás). Cuando las economías salen de la subsistencia y se multiplican los intercambios, el valor de los bienes muta y adquiere importancia su valor de cambio. Pero en las primitivas, la acumulación de riqueza se desprecia porque puede reflejar falta de solidaridad cuando “otros pasan necesidad”.

La acumulación de riqueza es, pues, un acto colectivo del grupo (almacenes de grano).

En este entorno ¿qué tiene de extraño que la omisión de socorro y el asesinato estén en el mismo plano? se pregunta el autor citando el estudio de Evans-Pritchard sobre los Nuer. Y ¿qué tiene de extraños que las sociedades más individualistas ni siquiera recojan el delito de omisión de socorro en sus Códigos Penales?

¿Cómo se fijan los límites a la solidaridad?


Como asegurar que nadie racanea es costoso y se maximizan los incentivos para aumentar la producción si se retiene la totalidad de lo producido por uno, no asistiremos, ni siquiera en sociedades primitivas, a más solidaridad – mutualidad – de la necesaria para asegurar a todos frente al riesgo de inanición. Es decir, no tiene sentido colectivizar toda la producción, sino asegurar que todos contribuyan a la financiación de las reservas necesarias para que nadie muera de inanición.

El autor lo explica así (y recuérdese lo que dijimos aquí sobre los montes de piedad):
Se establece un ingreso mínimo de supervivencia. Debido a que la utilidad cae drásticamente por debajo de los ingresos de supervivencia (porque te mueres), las ganancias de bienestar más grandes de los seguros se logran si se consigue y en la medida en que se consiga, reducir el riesgo de morir de inanición. Así pues, el sistema ha de financiar los mínimos del seguro de ingresos de supervivencia. Intuitivamente, un contrato de este tipo mejora la eficiencia permitiendo, al mismo tiempo que los miembros del grupo retengan buena parte del fruto de su esfuerzo individual. Si la probabilidad de caer por debajo del nivel de ingresos de supervivencia es relativamente pequeña, la financiación del plan mediante aportaciones de todos asegura, en todo caso, que se logre una mayor eficiencia productiva de todos los miembros. Por otro lado, si la probabilidad de caer por debajo de los ingresos de supervivencia es alta, las personas pueden preferir eludir y reducir su esfuerzo laboral individual
porque éste no permite reducir significativamente el riesgo de morir de inanición hay que suponer que trabajar duro no permite obtener los ingresos que impiden morir de hambre. Así pues, el nivel de seguro-mutualización, el nivel de riesgo y el nivel de esfuerzo están relacionados. A mayor nivel de riesgo, menor nivel de esfuerzo; a mayor nivel de seguro, menor nivel de esfuerzo etc. En función de los niveles de riesgo asistiremos a un mayor nivel de seguro-mutualidad, limitado por la pérdida de eficiencia en términos de esfuerzo individual.

Como el diseño de estos contratos es, nos dice el autor, muy poco robusto, es preferible invertir – por el grupo – en


reducir los niveles de riesgo moral de los miembros del grupo mediante sanciones a los que engañan o racanean 


y mediante la creación de rituales, ritos religiosos, extendiendo el castigo a los miembros de la familia del infractor etc., sanciones que, además, serán desproporcionadamente elevadas. La desproporción puede limitarse aplicándolas sólo a las conductas “dolosas” pero, dado que determinar si la actuación contraria a la norma fue voluntaria es costoso, se establecerán, a menudo a sistemas de responsabilidad “objetiva” (el que no produce lo requerido es castigado con independencia de que su conducta fuera de racaneo o simplemente negligente). Cuando el riesgo de inanición es elevado, los castigos han de ser brutales. De hecho, como se ha explicado en otro lugar, la Ley del Talión es un notable ejemplo de proporcionalidad en la sanción que, por esta razón, supone un avance notable como sanción social en comparación con los sistemas de sanciones más primitivos.

Pero, nos dice el autor, ¿cómo se compadece un sistema de mutualidad con la existencia de sanciones objetivas?

“sancionar al que produce poco en comparación con otros es contradictorio con un sistema de mutualidad según el cual cuando uno no produce lo bastante recibe la ayuda de los demás”. 

De ahí – dice el autor – que haya que buscar un sistema que permita distinguir entre los resultados, aquellos que han sido causados por el infortunio y aquellos que son resultado de comportamientos incorrectos. De nuevo, disponer de información – ausencia de intimidad – constante sobre lo que hacen los demás reduce el riesgo moral (se sabe lo que hace cada uno cada momento del día).

La asistencia mutualista puede adoptar la forma, no solo de “pago de la indemnización” – como en el seguro – sino también de ayuda ex ante para reducir las posibilidades del siniestro (construcción en común de la vivienda, ayuda de los vecinos en las tareas del campo que requieren mucha mano de obra, préstamo de herramientas o animales e incluso cesión gratuita de tierras): “alguien que anda corto de tierra para cultivar en la época de siembra, andará corto de alimento en la época de cosecha”. Este es el mundo de los “préstamos para el consumo” tal como los vieron los humanos hasta relativamente reciente. El que se hace por solidaridad para permitir al otro que pueda llegar a producir sus propios alimentos. La lógica económica no puede ser más diferente que el préstamo de capital que es la de participar en las ganancias que el otro obtendrá, en parte, con mi aportación.

La solidaridad se extiende a grupos significativamente grandes de personas gracias a que adopta la estructura de red, es decir, hay nodos (familias) conectadas con algunos que, a la vez, están conectados con algunos y así sucesivamente. Esta forma de “organización” es eficiente porque permite diversificar el riesgo si el grupo cuyos miembros mantienen relaciones más estrechas entre sí (digamos los que viven en el mismo poblado) están sometidos a los mismos riesgos (sequía, incendio, ataque de grupos rivales, enfermedad contagiosa). Las conexiones con familias situadas en otras redes permite la diversificación. Los lazos entre dos familias en esa red serán más fuertes – el cumplimiento de los “contratos” informales mejor garantizado – que los lazos entre dos nodos de esa red que estén más alejados entre sí y se habrán reforzado por los lazos de consanguinidad, de tribalidad etc. Habrá, entre los que están más lejos, peores mecanismos de vigilancia y control de la conducta. Pero, al tiempo, esos lazos menos íntimos son valiosos como reaseguro, es decir, como mecanismo extremo de cobertura de riesgos para los casos en los que, no habiendo duda de la existencia del “siniestro” el recurso al “asegurador” más próximo – el grupo con el que la familia o el individuo mantiene las relaciones más estrechas – no está disponible precisamente, por el carácter catastrófico del siniestro (que ha afectado a todo el grupo). Además, la estructura de red permite economizar en costes de información (cada nodo conoce más y mejor sobre otro de los nodos) y en costes de enforcement (cada nodo se especializa en vigilar y castigar a otros nodos).


Las diferencias de riqueza destruyen la mutualidad o las transforman en relaciones amo-menestral


“supongamos que hay dos grupos de personas: ricos y pobres. El rico promete ayudar al pobre en tiempos de desolación, en particular, asegurarlo frente al riesgo de inanición. Como el rico no tiene incentivos para mutualizar sus riesgos con el pobre, el pobre tiene que reciprocar de alguna manera. Por ejemplo, haciendo regalos repetidos pero de poco valor o pagándole por servicios metafísicos… Si el rico necesita mano de obra adicional, prestándole servicios laborales a discreción. Finalmente, como el patrón está mejor situado para aprovechar las oportunidades económicas, comunicándole información valiosa en este sentido… todo lo cual refuerza progresivamente la posición del señor sobre los menestrales”… las relaciones amo-menestral o patrón cliente proporcionan un incentivo para acumular riqueza a la vez que preservan el funcionamiento del mecanismo de seguro frente a la inanición sin necesidad de que haya un tercero que garantice el cumplimiento”
En el largo plazo, las diferencias de riqueza tienden a consolidarse y la sociedad se estratifica y jerarquiza y los ricos reciben la mayor parte del excedente respecto de lo que sea necesario para garantizar el nivel de subsistencia (proteger frente a la inanición) a los pobres. Es decir, éstos “pagan” una prima a los ricos que incluye buena parte del excedente sobre el nivel de subsistencia (a través de contratos explícitamente financieros como el préstamo, no de contratos implícitamente financieros como el seguro). No todo el excedente porque los señores pueden estar en competencia entre sí por atraer menestrales (pero pueden intercambiar información y coludir en perjuicio de los menestrales “menos” valiosos o pueden existir barreras naturales o artificialmente creadas para que los menestrales puedan cambiar de amo - recuérdese que eran siervos de la gleba y estaban atados a la tierra) por lo que será relevante la ratio de tierra disponible por habitante y la movilidad de los menestrales.

Es lo que tiene la mutualidad: que no nos saca de pobres porque no permite la acumulación de la riqueza ni proporciona los beneficios de los intercambios (especialización y división del trabajo, innovación, posibilidad de crédito…). Por eso el nivel de riqueza de una sociedad está mucho más asociado a la potencia de sus mercados que a los mecanismos de solidaridad social.

El autor llama la atención sobre la diferenciación social en función del lugar que ocupa cada grupo social (ancianos, comerciantes, prestamistas) en la red de solidaridad: “los comerciantes y los funcionarios públicos permanecen al margen de la solidaridad del pueblo ya que preferirán confiar en sus propias redes que son redes extrañas” (otros comerciantes en otras plazas o la que liga la funcionario con el monarca).


Las hambrunas provocan la expulsión de la mutualidad de los miembros más pobres


Considérese una comunidad rural en la cual algunas personas están mejor que otras. A medida que las sequías se repiten y otras calamidades golpean, las personas liquidan gradualmente sus activos productivos: tierras (si las ventas de tierras son legalmente posibles), ganado, cereales, bueyes y equipo agrícola. Los pobres se quedan sin activos enajenables más rápido que los ricos. Solo les restan los activos inalienables, tales como su propia mano de obra, experiencia y habilidades. Dependiendo de las circunstancias, el valor futuro descontado esperado de estos activos puede ser muy bajo –piénsese en pastores sin ganado o agricultores sin tierra. Además, es probable que la malnutrición y la enfermedad hayan disminuido la capacidad de los individuos para trabajar y de los hogares para funcionar.
En estas circunstancias, la contribución futura esperada de las personas pobres al sistema mutuo de seguros es muy baja. Ya no son socios atractivos, y nadie desea atraer su buena voluntad apoyándolos. Los miembros de la red de solidaridad que se encuentran en mejor situación económica considerarán que va en su interés colectivo excluir temporalmente a las personas más pobres de la mutualidad. Esto es más probable que ocurra cuando los tiempos son difíciles para todos, cuando los recursos globales de la red solidaria se reducen seriamente y mantener a los pobres hasta que las circunstancias mejoren deviene particularmente oneroso. Aún sabiendo que se les puede negar la asistencia cuando más la necesitan, los pobres probablemente no pueden negarse a participar en el sistema de solidaridad. Puesto que necesitan el sistema de ayuda mutua también para los años normales, los pobres no pueden darse el lujo de rechazar la “cláusula” que los excluye en los años malos. Lo más que pueden hacer es apostar por salir de la pobreza y la miseria y esperar que la "naturaleza" les permita acumular lo suficiente para que puedan ser percibidos como alguien que vale la pena mantener en el sistema
Así pues, en entornos de subsistencia, cualquier red viene obligada a tener válvulas que les permitan deshacerse de los “riesgos” que devienen tan onerosos que ponen en peligro el mantenimiento de la mutualidad. Esto explica prácticas como la de abandonar a los ancianos (en los grupos de cazadores recolectores nómadas) o el infanticidio o la exclusión de los incapacitados para trabajar y que sean, por ejemplo nos dice el autor, los más pobres de un poblado muy solidario, los que abandonan éste y se desplazan a las ciudades.

Marcel Fafchamps, Solidarity Networks in Preindustrial Societies: Rational Peasants with a Moral Economy, Economic Development and Cultural Change, Vol. 41, No. 1 (Oct., 1992), pp. 147-174

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