sábado, 23 de septiembre de 2017

¿Cómo se pasa de cooperar solo con los de tu tribu a cooperar con cualquier extraño en una Sociedad?




“Maximize the material, short run advantage of the nuclear family; assume that all others will do likewise”.

Banfield

Prateek Raj intenta contestar a esta pregunta de la forma más ingenua: suponiendo que para que los miembros de una Sociedad adopten un código de conducta imparcial (tratar igual a todos sean parientes o sean extranei) que reprima comportamientos oportunistas en las relaciones entre extraños es necesario que aparezcan “oportunidades” de gran envergadura que sólo se puedan aprovechar si se generalizan los intercambios con extraños. Y que, visto lo bien que les va a los que adoptan ese código de conducta imparcial (beneficios no solo económicos sino también de sentimiento de integración en el grupo), el código pueda difundirse (por imitación o porque los padres lo transmitan a los hijos) entre los miembros de una Sociedad y que tal difusión sea sostenible porque puedan mantenerse en niveles bajos a los gorrones y cizañeros, lo que requiere, a su vez, de que la Sociedad haya desarrollado capacidades elevadas de acción colectiva, esto es, de mecanismos de castigo prosocial (privados, sociales y públicos – Derecho –) que mantenga a raya a los parásitos que, indudablemente, han de florecer en un entorno en el que los beneficios de ser un free rider aumentan.

Explicar cómo pudo empezar todo es importante porque, dice Raj,
Entender cómo puede surgir el intercambio impersonal con un extraño en ausencia de (i) intercambios repetidos, (ii) sin el conocimiento claro de su identidad, y (iii) en ausencia de un tercero que garantice el cumplimiento de los contratos se vuelve importante especialmente, cuando estamos interesados en entender el surgimiento del intercambio impersonal en entornos donde no existen o no están ampliamente desarrolladas instituciones jurídicas imparciales que sirven uniformemente a todas las partes y la Sociedad no tiene los valores prosociales necesarios para asegurar el mantenimiento de la confianza.
La confianza sólo puede basarse en ciertas expectativas respecto del comportamiento de los demás. Si esas expectativas no se ven colmadas, los individuos que se permitan el lujo de “ponerse en manos de otros” – de hacerse vulnerables, desaparecerán y, con ellos, el tráfico jurídico y económico entre extraños.

De forma que la aparición de de esas oportunidades es una conditio sine qua non del desarrollo de confianza generalizada en el seno de una sociedad. En tanto no aparezcan, miembros de una tribu o un clan no tendrán incentivos para modificar sus códigos de conducta y su radical discriminación de los outsiders respecto de los insiders (“a los míos, con razón y sin ella, (“Yo contra mi hermano. Mi hermano y yo contra mi primo; mi primo, mi hermano y yo contra el extraño”). Y lo que es peor, si esas oportunidades no han existido en el pasado, pero los miembros de un grupo han estado aislados, tampoco habrán desarrollado niveles de cooperación intragrupo que se obtienen gracias a la competencia con otros grupos, lo que explica la “ingenuidad” de los nativos americanos a la llegada de Colón y sus feroces acompañantes y que se tardara mucho en considerar a los americanos como parte del “nosotros” europeos.

Para modelizar el paso de la cooperación personalizada a la impersonal, Raj imagina que hay dos personas que inician un intercambio que no está sostenido por el mecanismo de la reputación o la intervención de un tercero que asegura el cumplimiento. Uno de ellos – A – es un “comerciante impersonal” en el sentido de que se relaciona directamente y asumiendo el riesgo correspondiente con extraños, mientras B es un comerciante que sólo se relaciona con miembros de su grupo y que utiliza a uno de éstos para “llegar hasta” los extraños al grupo. Este modelo es plausible y se corresponde, por ejemplo, con la forma en que se desarrollaba el comercio en la Europa tardomedieval y en la Edad Moderna en la que los comerciantes más exitosos eran los que tenían redes de corresponsales más extensas y densas. En este entorno, A (como los fenicios en el famoso ejemplo que Olson recoge de Herodoto) puede “arriesgarse” y convencer a B para que comercie con él ofreciendo una garantía, esto es, exponiéndose a ser engañado por B, que es lo que hacían los comerciantes fenicios al dejar sobre la playa los objetos que habían traído en su barco con el riesgo de que los habitantes de Tartessos se limitaran a recogerlos y largarse con ellos. Naturalmente, los fenicios no volverían por esas playas, pero se quedarían sin su mercancía.

Es decir, y como en el caso que explica Lesson, el que está en condiciones de apreciar que hay una enorme ganancia esperando a la consumación del intercambio puede estar, también dispuesto a dar una garantía unilateral del cumplimiento por su parte a la espera de que la contraparte aprecie que hay ganancias futuras del intercambio que se perderán si “opta” por las ganancias a corto plazo que conseguiría apropiándose de la garantía expuesta por la otra parte.

Para que este juego se repita y alcance a toda una Sociedad, es necesario que exista algún canal que permita difundir lo aprendido por los que inician los intercambios con extraños ya que los demás miembros de la Sociedad no tendrán experiencia propia directa de las ventajas del intercambio impersonal. Y lo que tiene de particular el modelo de Raj es, precisamente, que basa el equilibrio resultante en el coste-beneficio individual para cada comerciante de cumplir lealmente sus contratos con extraños o de ser desleal. Y los comerciantes revisan su código de conducta a partir de su propia experiencia. El modelo, así, permite explicar “la conducta de los que participan en los intercambios no sólo en equilibrio sino también en fases de transición”. El proceso es, pues, una competición entre comerciantes leales y comerciantes oportunistas que deciden comportarse de una forma u otra en sus relaciones con extraños en función de cuál es la conducta más ventajosa. Con dos posibles resultados (equilibrios). En el primero, los comerciantes que se comportan deslealmente con extraños dominan la población y, por tanto, el comercio impersonal tiende a desaparecer. Sólo hay comercio “relacional”. Es el “familismo amoral” expresado en la cita de Banfield. En el segundo, sin embargo, hay una parte de los comerciantes que se comportan lealmente con los extraños de forma que, como siguen haciéndolo con los propios, pueden prevalecer – obtienen más ganancias – que los que sólo se relacionan con otros miembros del grupo en la medida en que sus intercambios con los extraños no les produzcan pérdidas, en cuyo caso, naturalmente, se darían “de baja” en la población de comerciantes que se comportan lealmente con extraños. Si observamos en una Sociedad y en un momento histórico que los intercambios con extraños florecen y se extienden entre los miembros de una población, será porque los comerciantes leales con todo el mundo han proliferado en esa población y si lo han hecho es porque sus ganancias eran superiores a las de los comerciantes que se limitaban a relacionarse con los miembros del grupo. Y lo primero es lo que ocurrió – sugiere Raj –
  •  en la Arabia del siglo VII (el islam condujo a que las tribus que vivían en Arabia se considerasen todas ellas como pertenecientes al mismo “nosotros”,
  • la Italia central del siglo XII (los habitantes de una ciudad se consideraban, todos ellos, como si fueran parientes en cuando miembros de la misma corporación – recuérdese que la corporación se utiliza, históricamente y en primer lugar, para atribuir capacidad jurídica, capacidad para adquirir bienes y contraer deudas y vida eterna a grupos de personas unidos por lazos como los de vivir en la misma ciudad lo que permitió aumentar notablemente el tamaño del grupo entre cuyos miembros el intercambio era relacional y extender y hacer más densa la red de contactos y el volumen de intercambios con otros grupos, aunque fuera de manera relacional) y
  • los Países Bajos del siglo XVI-XVII (donde la elevada exposición al comercio permitió el desarrollo de las corporaciones comerciales)
No estamos seguros de que Raj identifique correctamente los “institutional enablers” del comercio impersonal en el tercer ejemplo. En el caso de los Países Bajos e Inglaterra, fue el comercio trasatlántico con Asia a partir de los descubrimientos de rutas marítimas efectuados por marinos portugueses y españoles. El comercio de especias y otros productos de Asia era un “botín” extraordinariamente grande. En fin, no creo que fuera la difusión de la imprenta en los Países Bajos en comparación con los puertos europeos del Atlántico (España y Portugal), sino las menores ganancias privadas esperadas del comercio trasatlántico en ambos casos lo que explica por qué los holandeses y los ingleses inventaron la sociedad anónima – que constituye un tour de force en la escala de la cooperación imparcial entre extraños – mientras que la Monarquía Hispánica organizó como una empresa de Estado el comercio con América. De América no se esperaban especias. Se esperaba oro y plata y traerlos a Europa era más una cuestión de logística militar que de florecimiento del comercio. El comercio con América no tenía, ni de lejos, el valor esperado del comercio con Asia, de manera que los españoles no tenían incentivos para modificar radicalmente los instrumentos que utilizaban para desarrollar el comercio. Es más, el comercio entre América y España no era un comercio entre extraños ya que América estaba despoblada, sino un comercio entre comerciantes españoles (basado, por tanto, en relaciones y no “impersonal”) de “los dos mundos”. No tiene nada de extraño el uso de los mecanismos tradicionales de articulación de los intercambios que caracterizó el comercio privado entre América y España hasta bien entrado el siglo XVIII. Los gobernantes españoles por un lado y los Estados Generales y la reina de Inglaterra por otro, se comportaron de forma diferente porque se enfrentaron a circunstancias muy diversas que afectan al valor de la oportunidad de negocio que enfrentaban y el valor de extender la impersonalidad de los intercambios para aprovechar de mejor manera esa oportunidad.

Lo que permitió la extensión del comercio en los Países Bajos no fue exactamente que “la observación de las nuevas oportunidades del comercio a larga distancia llevara a los no-comerciantes de la clase media… a aspirar a entrar en la profesión, sino más bien que el avanzado sistema financiero de los Países Bajos – Amsterdam tenía un mercado muy activo en la negociación de títulos de deuda – permitió a los rentistas (no comerciantes y comerciantes de otros sectores del comercio) participar en la financiación de las nuevas aventuras comerciales gracias a la “invención” de la sociedad anónima y al apoyo de los Estados Generales a los “emprendedores” – estos sí, grandes comerciantes – que se convirtieron en bewindhebbers en la Compañía de las Indias Orientales (VOC). Los no comerciantes y los comerciantes de otros sectores pudieron participar (se denominaron “participanten”) porque el Derecho de Sociedades continental conocía, además de la compagnia, la sociedad comanditaria. La VOC no era mas que una sociedad comanditaria por acciones. Lo extraordinario fue que, por primera vez, miles de holandeses se convirtieron en socios comanditarios de una enorme sociedad comanditaria por acciones. La sociedad anónima, así, se convirtió en un instrumento para la financiación de grandes empresas comerciales que excluyó de éstas a la commenda y a la compagnia, que carecían de la escala para aprovechar las nuevas oportunidades de negocio y que se corresponden perfectamente con la idea del comercio “relacional” y no impersonal porque los no-comerciantes participaban en el comercio a través de un comerciante, el cual, a su vez, actuaba como nexo con su red de comerciantes-corresponsales quienes, a su vez, recibían aportaciones de no-comerciantes a través de la figura de la commenda.

Por tanto, es correcto decir que
 “si los que no eran miembros del consulado – la corporación de comerciantes – querían relacionarse con los comerciantes que se ocupaban del comercio a grandes distancias, necesitaban canales impersonales alternativos a los gremios – consulados –”. 
Pero ese “canal alternativo” fue la sociedad anónima. Y la sociedad anónima – que solo aparece en el siglo XVII – fue posible gracias a que, a lo largo del siglo XVI, Amsterdam devino el centro financiero de Europa. Las infraestructuras tecnológicas y contractuales que habían hecho de Holanda el país donde el crédito era más barato y abundante (Jonathan Israel funda la ventaja de los comerciantes holandeses en que podían pagar a los “fabricantes” por adelantado) se adaptaron fácilmente a la financiación de grandes empresas comerciales marítimas a finales del XVI y comienzos del XVII. ¿Por qué se convirtió Amsterdam en el centro financiero de Europa tomando el relevo de Amberes? Probablemente, por muchas razones, y entre ellas, como subraya Raj, la mejora de las comunicaciones postales y la utilización masiva de materiales impresos también en las actividades comerciales, evoluciones que se produjeron en Amberes y de las que se aprovechó Amsterdam.

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