domingo, 29 de octubre de 2017

Esto va de dineros y de carguitos, ni de identidad, ni de opresión

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En otra entrada expliqué que los separatistas han de elegir entre autonomía y posibilidad de secesión; que el pacto constitucional de 1978 habría sido otro bien distinto si los separatistas – como el PNV – se hubieran reservado la carta de pedir la secesión (la exit option) en cualquier momento; que los españoles no habríamos descentralizado el Estado y reconocido el derecho a la autonomía (y mucho menos el Concierto vasco y navarro) si no hubiera sido a cambio de la renuncia a la secesión. Con Cataluña, ni siquiera se planteó tal posibilidad. El referendum es una propuesta de fulleros: una vez que he conseguido la autonomía y he construido “mi nación”, reclamo la secesión.

En los últimos tiempos, el problema del separatismo ha dejado de ser español para devenir europeo. La pertenencia a la UE ha permitido a las regiones con veleidades separatistas obtener las ventajas de la integración económica en una región de 500 millones de habitantes y aprovechar sus ventajas competitivas para convertirse en las más ricas del mundo. La participación en un mercado único y en instituciones supranacionales que proporcionan regulación eficiente y seguridad jurídica ha favorecido notablemente a las regiones europeas más ricas. Al tiempo, los Estados nacionales siguen siendo los que redistribuyen renta dentro de sus territorios a través del Estado del Bienestar con una pequeña ayuda de Europa en forma de fondos de cohesión, ayudas a la agricultura etc.

En estas circunstancias, la independencia se ha convertido en una apuesta más rentable. Lo pensaba Pujol. El Estado no haría sino perder competencias a favor de Europa, por arriba, y a favor de las Comunidades Autónomas por abajo. ¿Quién estaba interesado en la independencia? Solo unos salvajes tercermundistas como los del entorno de Batasuna y ETA.

Pero hoy las tornas han cambiado porque los separatistas creen que pueden seguir siendo una región rica de la rica Europa disfrutando de las ventajas de pertenecer a la comunidad económica y jurídica más importante del mundo y, a la vez, no tener que costear las prestaciones sociales que constituyen el núcleo del Estado del bienestar. El modelo no es Dinamarca. Es Suiza con sus miles de franceses, alemanes, italianos y austríacos cruzando la frontera diariamente y su más de 20 % de la población residente sin derecho a voto porque son extranjeros y nunca dejarán de serlo.

El separatismo del siglo XXI, en Europa, no tiene nada que ver con el del siglo XIX. Ni se trata de la descomposición de imperios, ni se trata de la “fabricación” de búlgaros, alemanes o italianos, ni se trata de desprenderse de la tutela de una lejana corte. Tampoco se trata de preservar ninguna cultura o lengua amenazadas. Ni de poder expresar la propia identidad. Se trata de no contribuir al Estado del Bienestar. Se trata de disfrutar de las ventajas de ser parte de Europa sin contribuir a lo que constituye una de las bases del modelo europeo: extensos y costosos Estados que garantizan la “procura existencial” (Daseinvorsorge) a todos los nacionales.

Añadan la mejora de status de los dirigentes políticos que acompaña a la consideración de la región como un Estado y se explicarán el comportamiento de  los paletos egoístas que dirigen Esquerra o la CUP. Paletos porque ignoran que los costes de la separación son brutales; que nunca podrán disfrutar de las ventajas de pertenecer a la UE sin pagar una factura a España de proporciones relativas muy superiores a la del Brexit y porque parecen haber olvidado que el resto de los españoles estamos pagando las pensiones de sus jubilados. Además de antipáticos, son imbéciles.

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