martes, 30 de julio de 2013

Tecnología e instituciones jurídicas: agricultura y propiedad privada

En otras entradas del blog hemos resumido algunos trabajos que tratan de explicar cómo la agricultura prevaleció sobre la caza-recolección en las sociedades primitivas (v., entradas relacionadas).

Hasta hace 10.000-12.000 años, los seres humanos vivían en grupos pequeños nómadas que sobrevivían gracias a la caza y a la recolección de frutos. La agricultura cambió todo. Los grupos se hicieron sedentarios (lo que redujo los costes de criar a los niños y multiplicó la supervivencia de éstos), aumentaron su tamaño, los poblados humanos se rodearon de murallas defensivas y nació el derecho de propiedad. La alimentación era menos saludable y proliferaron las enfermedades contagiosas. Las relaciones sociales cambiaron profundamente y la propiedad privada, el intercambio y la especialización sustituyeron al reparto y puesta en común de los alimentos. Los grupos de agricultores crearon ciudades y reinos organizados jerárquicamente. Desapareció la igualdad y la “democracia asamblearia” para la toma de decisiones.

En este trabajo se busca una explicación al proceso de cambio (Samuel Bowles and Jung-Kyoo Choi Coevolution of farming and private property during the early Holocene). No estamos seguros de haber entendido bien la tesis de los autores pero parece ser ésta que la aparición de la agricultura y la ganadería no fue una “revolución” que provocó que los grupos de cazadores-recolectores abandonaran su actividad y pasaran a ser agricultores y granjeros. Durante milenios, ambos tipos de grupos coexistieron. Es más, la agricultura y la ganadería no eran actividades más productivas que la caza-recolección en sus inicios por lo que tuvieron que coexistir hasta que la superioridad de las primeras se hizo evidente por razones “tecnológicas”, por razones medioambientales y por razones institucionales o sea que la agricultura coevolucionó con la privatización de la propiedad.

El punto de partida es que la agricultura requirió de un cambio en los derechos de propiedad. Si la comida se obtiene directamente del entorno, esto es, no se “produce” – recolección – o se produce y se consume casi simultáneamente – caza – las necesidades de coordinación entre los miembros de un grupo son pequeñas. Recolectar en grupo no requiere demasiada coordinación entre los miembros ya que todos hacen lo mismo – no hay especialización – y las labores de unos y otros no se suceden en el tiempo ni pueden ser entorpecidas entre sí. Cazar en grupo proporciona grandes ventajas en términos de eficiencia pero cada cacería es una “empresa”. El capital necesario es muy escaso (la fabricación de las armas para cazar), la especialización casi inexistente y el proceso de “producción”, breve. La agricultura lo cambia todo. Los incentivos de los agricultores para repartir la comida cultivada o la extraída de animales domesticados son muy inferiores a los de los cazadores-recolectores (“Consumption smoothing through food sharing”) porque – a diferencia de los murciélagos – el cultivo de plantas y el cuidado de animales requiere de inversiones del propio trabajo de largo plazo y un trabajo constante (preparar el terreno, sembrar, regar, recolectar y almacenar; alimentar y ordeñar o matar y conservar) por no hablar de la necesidad de proteger los frutos de ese trabajo frente a las inclemencias físicas y el robo. El instinto de supervivencia – que nos hace naturalmente egoístas – conduciría a reducir el incentivo para compartir el fruto del trabajo propio que estaba muy presente entre los cazadores-recolectores. El derecho de propiedad debió, pues, de nacer junto con la agricultura.

Pero ¿cómo prevaleció? Si la productividad de la agricultura era muy superior, desde sus inicios, a la caza-recolección, esta mayor productividad justificaría la prevalencia aún cuando el fenómeno del free riding (que los miembros del grupo que no habían cultivado compartieran la comida producida por los agricultores-ganaderos) estuviera muy extendido como consecuencia de la inercia de las costumbres. Las mujeres del grupo que habían empezado a plantar y recolectar dedicaron más tiempo a esta actividad ante la menor rentabilidad de la recolección de frutos y semillas que cabe presumir si se produce un cambio en el entorno – un clima más seco – o el agotamiento de la zona de recolección y ante la menor productividad, por las mismas razones, de la caza en la zona. La mayor productividad condujo a, cada vez en mayor número, los miembros del grupo a dedicarse a las tareas agrícolas y ganaderas. Los grupos en los que esta transición se hiciera más rápido florecerían – recuérdese que las hambrunas eran la principal causa de desaparición física de los grupos de cazadores-recolectores – frente a los grupos que continuaran dedicados a la caza y recolección. Las relaciones sociales no tenían por qué cambiar. En pequeñas sociedades agrícolas y ganaderas la lógica de compartir y la igualdad se mantendrían como se han mantenido en sociedades primitivas que han sobrevivido hasta nuestros días. Es una afirmación de validez general que, cuando una innovación genera una productividad muy superior, acaba imponiéndose aún cuando el “entorno institucional” no sea favorable

Pero si la agricultura y la ganadería no era más productiva que la caza-recolección en sus inicios – que no lo era – (debió de comenzar siendo una actividad marginal según los registros arqueológicos), su extensión y la aparición consiguiente de derechos de propiedad debe explicarse apelando a otras razones. Estas tendrían que ver con cambios ambientales que hicieron las actividades de caza y recolección menos productivas relativamente respecto de la actividad agrícola y ganadera y la reducción de los costes de delimitar y proteger la propiedad, lo que incrementó los incentivos de los individuos para desarrollar estas actividades. Es sabido que los derechos de propiedad se delimitan y definen mejor cuanto menos costoso sea hacerlo. Por ejemplo, si hay mucha tierra (piénsese en el Oeste americano en el siglo XIX) y poca gente, los primeros que se asientan en una zona no tienen incentivos para vallar su “propiedad”, sobre todo si ha de construir un muro de piedra o clavar miles de estacas y unirlas con alambre. Cuando se inventa el alambre de espino que puede ser desplegado desde un carromato, los costes de delimitar la propia tierra disminuyen.

El desarrollo de la agricultura y la ganadería se produjo porque podían delimitarse y defenderse a bajo coste los cultivos, los almacenes y los animales pero sólo tendría sentido invertir en delimitar y defender lo propio en la medida en que su valor relativo aumentara.

Las instituciones correspondientes son las relacionadas con el derecho de propiedad. Por ejemplo, lugares especialmente protegidos frente al acceso de terceros donde se almacenan los excedentes de comida; corrales donde guardar los animales y protegerlos frente a las alimañas etc.

Una objeción a esta forma de razonar deriva de la “multifuncionalidad” de las instituciones. Obsérvese que la motivación inicial para desarrollar estas tecnologías no tendrían que ver, necesariamente, con la protección de la propiedad frente a la apropiación por terceros, esto es, frente al robo, sino frente a su destrucción por causas ambientales (alimañas, fenómenos meteorológicos o accidentes) y que los grupos humanos más eficientes o innovadores en el desarrollo de estas tecnologías incrementarían su ingesta y sus posibilidades de sobrevivir frente a las hambrunas y la inanición. En definitiva, agricultura y ganadería debieron co-evolucionar con el desarrollo de las instituciones que favorecían la conservación del producto de la agricultura y de la ganadería y con las instituciones que configuran el derecho de propiedad. Las que servían a lo primero – proteger los productos agrícolas y ganaderos de su destrucción por causas ambientales – servían también para lo segundo – protegerlos frente al robo – y, a la vez, debieron coexistir con la continuidad de la caza-recolección hasta que el incremento de productividad de estas actividades desplazaron a la caza-recolección hasta hacerlas marginales, lo que tiene mucho que ver con el sedentarismo que es una condición de posibilidad de la agricultura (no tanto de la ganadería). A la vez, el mayor valor de los activos almacenados o acorralados hacía eficiente invertir en mecanismos para protegerlos (de nuevo, del ataque de alimañas y del robo por otros grupos).

Por tanto, no necesitamos de la “propiedad individual” para explicar esta evolución. La propiedad colectiva es igualmente sostenible, sobre todo, en grupos – como los de los cazadores/recolectores – en los que cientos de miles de años de evolución habían genetizado la cooperación intra-grupo como consecuencia de las enormes ventajas para la supervivencia individual derivada de la caza en grupo en un entorno de competencia con otros grupos. La propiedad individual requiere, para su aparición, de grupos mucho más numerosos que las bandas de cazadores-recolectores y su aparición resulta sencillamente explicable si las tecnologías desarrolladas con una finalidad favorecen la consecución de otros objetivos (proteger las ovejas frente a los animales salvajes/evitar que otro grupo me las robe).

Parece que la proporción de alimentos que se reparten en un grupo de cazadores-recolectores y un grupo que planta es muy diferente. Si no hay que hacer inversiones a largo plazo y no hay cómo conservar los alimentos, los incentivos de los primeros para compartir son muy superiores a los de los segundos (“hoy por ti, mañana por mí” – mutualidad). Pero no cabe duda de que las tecnologías y los incentivos que hicieron posible la agricultura “trabajaron” también para que se desarrollase la propiedad privada. Para ello basta conque haya activos especialmente productivos (por ejemplo, un lago con muchos peces) cuya explotación exclusiva justifique su protección frente a terceros que compitan por explotarlo, sobre todo, si el coste de asaltarlos no es elevado. Pero, de nuevo, las mismas tecnologías que sirven a la protección frente al robo, sirven a la protección frente a riesgos de destrucción por causas medioambientales por lo que el desarrollo de esas tecnologías puede producirse aunque no haya un riesgo elevado de que otros grupos de humanos se apoderen de esos activos.
Si, en una zona geográfica determinada, los grupos comienzan a desarrollar la agricultura simultáneamente, será fácil que, por regla general, se respete la “propiedad ajena”, esto es, los corrales y los huertos del otro grupo, como una forma de obtener respeto para los propios. Al comienzo, la “tecnología” disponible es la distancia física, esto es, el reparto de zonas entre los distintos grupos como se habían repartido hasta entonces las zonas de caza y recolección.

Y, una vez que la propiedad del grupo – por oposición a la propiedad de otros grupos – se ha establecido, es fácil que esas mismas reglas se apliquen dentro de cada grupo y se reconozca la propiedad de huertos y corrales de cada familia dentro del grupo, sobre todo, si el grupo se ha hecho sedentario y ha aumentado el número de miembros gracias a la mayor capacidad de obtener alimentos (o la mayor regularidad en la producción derivada de la posibilidad de almacenar y conservar excedentes) que deriva de las nuevas actividades agrícolas y ganaderas y las tecnologías de conservación y almacenaje asocian los productos con miembros – o familias – concretos dentro de un grupo (porque se almacenen en el interior de cuevas o cabañas donde habita una familia). Si estas actividades estimulan la extensión de la propiedad privada los grupos agrícolas acaban prevaleciendo sobre los grupos de cazadores-recolectores aunque su productividad sea inferior si la diferencia de productividad no es muy grande.

En todo caso, es dudoso que pueda hablarse de propiedad privada, en el sentido moderno de propiedad individual. Más bien, lo que apareció junto con la agricultura son formas de propiedad colectiva no coextensas con el grupo, es decir, la propiedad familiar formada por los bienes pertenecientes a una familia extensa de las varias que formasen el grupo humano sedentario.

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