miércoles, 25 de octubre de 2017

Superar las diferencias culturales a través del Derecho

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“los fallos originados por las diferencias culturales y los choques de este tipo… se resuelven mejor creando nuevas instituciones… que estén libres de la necesidad de actuar de conformidad con las reglas culturales de cualquiera de los países miembros de la Unión Europea”

Que la Unión Europea es una comunidad jurídica es una constatación que pasa a menudo desapercibida para los que se acercan a la política y a la economía europea desde fuera del mundo jurídico. Pero que los alemanes insistan en la idea de Rechtsgemeinschaft, de que la Unión Europea carece de legitimidad basada en un pueblo europeo y, por tanto, sólo puede tener la que le proporcione el Derecho es también de la mayor importancia. El Derecho, como los mercados, no requiere de la homogeneidad cultural (misma moralidad) de los que están sometidos a las mismas reglas jurídicas para proporcionar las ventajas de la cooperación.

Cuando las culturas de los grupos que pretenden cooperar son muy diferentes, lo más sensato – tras haber logrado “pacificar” las relaciones – es empezar por el comercio. Como hemos explicado muchas veces, las tendencias naturales de los humanos permiten el florecimiento de los mercados si, como decía Adam Smith, todos se abstienen de utilizar la violencia y el engaño. La Unión Europea empezó su construcción tratando de aumentar los intercambios económicos entre los Estados miembros. La culminación del “mercado interior” es una obra gigantesca en términos históricos. Nunca se había construido un mercado único de estas dimensiones y nunca se había hecho manteniendo la soberanía y la producción del Derecho en manos de los Estados-nación.

Los autores del trabajo que resumimos a continuación explican que, cuando hay un “choque” cultural, esto es, cuando dos culturas muy diferentes deben llegar a un acuerdo y las diferencias culturales impiden a cualquiera de ellas ceder para encontrar una solución, hay dos elementos muy relevantes que, normalmente, no se tienen en cuenta.


El primero es el de los “costes de agencia” de los líderes políticos que representan cada una de las dos culturas enfrentadas. En el caso, los líderes políticos alemanes y griegos que dirigieron las negociaciones para evitar la salida del euro de Grecia y resolver el problema de su mastodóntica deuda pública respetando la soberanía – formal – de Grecia pero, a la vez, respetando los deseos de la población alemana que consideraba imprescindible imponer a Grecia un castigo por haber engañado a Europa y, en general, por no haberse comportado lealmente con el resto de Europa en los años que precedieron al estallido de la crisis financiera de 2007. Los líderes alemanes no podían “traicionar” al pueblo alemán (que les había negado el “poder de representación” para perdonar sus deudas a Grecia) y los líderes griegos no podían traicionar a su pueblo que había pedido el fin de la austeridad y, a la vez, permanecer en el euro. Pero ambos grupos de líderes podían utilizar los costes de agencia de sus respectivos pueblos para controlar su conducta con el objetivo de facilitar la consecución de un acuerdo. Naturalmente, en ausencia de reglas claras para ese “supuesto de hecho”, alcanzar el acuerdo llevó años y mucho sufrimiento que se podía haber ahorrado.

El segundo es el de la existencia de instituciones (pautas de conducta social con roles estereotipados) formales y jurídicas que puedan servir para resolver las discrepancias salvando, al mismo tiempo, “la cara” de los líderes políticos alemanes y griegos frente a sus propias poblaciones.

Concluyen los autores que la unión monetaria – esto es, la existencia de una moneda común – sin que existiera simultáneamente una unión política o fiscal, puede ser la estrategia óptima cuando hay diferencias culturales muy notables entre los que participan en la unión monetaria en cuanto las “crisis” que surjan como consecuencia de esas diferencias culturales pueden impulsar la creación de instituciones comunes nuevas que avancen en la unión fiscal o bancaria correspondiente.

Como hemos explicado, el mercado único ha intensificado las relaciones comerciales de los individuos pertenecientes a cada una de las “tribus” europeas y, al reducir los costes de transacción de comerciar con gente de otra tribu en relación con los costes de hacerlo con los de la propia tribu, ha estrechado los lazos entre todos los europeos y ha reducido el riesgo de choques culturales. Pero, dicen los autores, ¿qué pasa con los líderes políticos de cada una de las poblaciones nacionales cuando han de resolver un conflicto que enfrenta a ambas “tribus”? Aquí ya no estamos hablando de relaciones comerciales entre individuos para las que basta con los mecanismos de mercado (intercambios). Pues bien, los líderes pueden llegar a un acuerdo si los beneficios de la integración económica (de los intercambios de mercado) son elevados (y son no solo elevados sino enormes porque las economías de escala, división del trabajo y especialización son casi infinitas) y las diferencias culturales no son demasiado importantes.

En tal escenario, cuando se produce una crisis para la que no existen mecanismos preestablecidos para su solución, las pérdidas para todos derivadas de deshacer la integración económica – salirse del euro para Grecia o incluso abandonar la Unión Europea – pueden llevar a las partes a ceder soberanía a favor de instituciones supranacionales. De esta forma, el resultado de las crisis es “más integración” y “más instituciones europeas”. Las crisis, en Europa, conducen, contraintuitivamente, pues, a “mayor centralización” y no al revés. Porque las normas culturales cambian mucho más despacio que las normas jurídicas y las instituciones comunes se crean a través del Derecho y de las normas jurídicas y, sobre todo, porque la institución central no refleja la cultura de ninguna de las “tribus” ni representa a las “tribus” nacionales, salvo en la medida en que esas características culturales sean comunes a todas las tribus nacionales o, al menos, a las más importantes. Recuérdese la doctrina del Tribunal de Justicia sobre los “principios constitucionales comunes” y lo que dice el TEDH sobre los consensos emergentes en materia de derechos humanos

si una unión económica se complementa con formas de unión política, deberíamos esperar una gestión mucho mejor de los choques culturales. De hecho, una unión política implica la creación de algún tipo de autoridad central que por definición elimina el juego entre Estados soberanos, liberándolos de la restricción de conformidad y superando la materialización del choque cultural. Dicho de otro modo, la autoridad central no está vinculada a ninguna de las culturas soberanas ... y así evitaría la dependencia del castigo excesivo así como un riesgo moral excesivo, aliviando los costos del choque cultural ... Cambiar las instituciones más rápido puede ser la solución a los costos impuestos por la lentitud en el ajuste de las normas culturales en respuesta a un cambio en el entorno

Además, y como se ha explicado muy a menudo por los juristas, las instituciones comunes generan sus propias dinámicas. Baste recordar aquí el tour de force que supuso que el Tribunal de Justicia de la Unión Europea afirmara el efecto directo de las disposiciones del Tratado sobre las libertades de circulación para comprender que las normas jurídicas, cuando son aplicadas sistemáticamente por una institución que tiene interés en su eficacia y desarrollo (porque eleva el status de la propia institución) despliegan unos efectos que van mucho más allá de lo que pretendieron los que las pusieron en vigor.

El estudio que comentamos compara la “cultura alemana” y la “cultura griega” en lo que se refiere a valores cívicos o prosocialidad. Los alemanes son más respetuosos con las normas, confían más unos en otros y, sobre todo, están dispuestos a aplicar “castigos prosociales” (esto es, a sacrificarse para que el que ha incumplido las reglas sea castigado) en mucha mayor medida que los griegos.

Cuando no hay castigo disponible, los alemanes tienden a contribuir más al bien público que los griegos, lo que demuestra que estos tienden a gorronear con mayor frecuencia. Los alemanes producen más bienes públicos que los griegos. Cuando los jugadores tienen la posibilidad de castigar a los otros jugadores al ver sus contribuciones… los alemanes utilizan de manera abrumadora parte de su dotación para castigar a quienes contribuyeron menos. ¡Los griegos, por el contrario, no solo no castigan a los gorrones, sino que tienden a castigar a quienes contribuyen más que ellos! Es decir, exhiben lo que Herrmann et al. (2008) llaman castigo antisocial

La crisis griega – todo el mundo está de acuerdo – se manejó de mala manera por el resto de los países europeos. No hay duda alguna de que la crisis fue provocada por los gobiernos griegos que mintieron sobre el nivel del déficit y de la deuda pública y tampoco hay duda de que si los alemanes hubieran renunciado a “castigar” a los gorrones griegos (no a los vagos griegos, sino a los griegos que hicieron trampas) y hubieran abordado más racionalmente la cuestión, los problemas podrían haberse resuelto mucho antes y a menor coste para todos, incluidos, principalmente, los propios griegos. Pero los alemanes estaban dispuestos a aumentar el coste de resolver la crisis si lograban “dar una lección” a los griegos de la que aprendieran también los otros países mediterráneos. Estaban incluso más dispuestos a ayudar a los otros países mediterráneos una vez que se hubiera echado a los “tramposos” griegos del euro. Pero, los autores documentan, no preexistía a la crisis un sentimiento antigriego en Alemania ni un sentimiento antialemán en Grecia.

El caso de España es muy diferente a los ojos de los alemanes porque éstos consideraban, de acuerdo con las mismas encuestas, que los españoles eran socios más confiables y que no se comportarían como gorrones (es decir, el nivel de riesgo moral y oportunismo observado por los alemanes en la conducta de griegos y españoles era muy diferente) como se deduce de la contestación a la pregunta sobre si griegos y españoles deberían permanecer en el euro (obsérvese que España es el país más confiable como socio del euro superando tanto a Italia como a Irlanda):

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Luigi Guiso / Helios Herrera/ Massimo Morelli

Cultural Differences and Institutional Integration Journal of International Economics Volume 99, Supplement 1, March 2016, Pages S97-S113

Journal of International Economics

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